martes, 24 de noviembre de 2015

La Postal

Hay veces que hago cosas impulsivas, espontaneas, simplemente pasan. En concreto y para este relato, fueron dos cosas, la primera: Mi papá estaba increíblemente emocionado organizando una reunión con su generación de la primaria, lo cual quiere decir que hace más de 60 años que pasó esa etapa de su vida, y que para la mayoría, son precisamente ese número de años los cuales no se veían o sabían ni pizca de la vida de los otros. Así que mi papá me pregunto si quería y podía apoyarlo en la logística, asuntos en la computadora y lo más importante, estar un fin de semana en esos rumbos en la convivencia que estaba organizando, (esos rumbos es, Huitzuco, un municipio en el estado de Guerrero). Sin meditarlo le dije que sí, no contemple los muchos pendientes que tenía en esos días, Clio y Lucas, trabajo por hacer, lavar ropa, mi situación económica que sigue dando vueltas, entre otras cosas.
El segundo acto espontaneo fue, decirle a una chava que fuera al DF, ya que era una escala en mi viaje, y como no le era posible ir, le pregunté que si quería algo. En fin, creo inicio como un timbre, o una postal, no recuerdo si yo le dije o ella me los pidió, el orden de los factores no altera el producto, otro de mis objetivos para la aventura era conseguir una postal.

El viaje fue revelador, pocas veces he platicado de manera tan enriquecedora con mi padre. Sobre todo darme cuenta de muchas cosas que tenemos en común y valorarlo aún más. Sus consejos y sus experiencias, pero gran parte de esas vivencias quedan para mí, o tal vez para otra ocasión que crea oportuno compartirlas, por lo cual me limitare a narrar solo la historia detrás de la postal.
Ilusamente pensé que conseguir una postal era de lo más sencillo, ir a la papelería más cercana, ver las repisas o algún exhibidor, seleccionar la más padres la del mejor papel, la que tuviera un mensaje interesante. Ingenuo, en mis cuatro primeras visitas a las papelerías, la expresión de quienes me atendían era un ceño fruncido, y preguntar si no quería una monografía u otra cosa, que no vendían. Fui la zona del mercado, a calles poco concurridas, a un lugar más cerca del panteón municipal. Pregunté en cibercafés, hasta que en una papelería, igual cerca del mercado principal, la persona que atendía de manera acertada me comentó que probablemente, en la papelería que está a media cuadra del Palacio Municipal podría tener suerte, que esa familia ha tenido el negocio por años y que el recordaba que ahí tenían. 
Visité el lugar, la fachada de una casa de dos metros y medio de ancho, con un par de escalones para llegar al mostrador. Aún antes de entrar y dar el primer paso, un par de vitrinas a cada lado te dan la bienvenida, ambas llenas de artículos, lápices, memorias USB, cuadernos, libretas, escuadras, diccionarios, parecían no tener orden, aunque observando un poco más se podía entender que todo simplemente se colocaba según llegaba al negocio y la lógica de este era simplemente peculiar. El dueño se presentó, atendía de mala gana, y sin mirar a los ojos, era eficiente, preguntaba de manera adecuada y daba más de una alternativa para cualquiera que fuera la necesidad o el artículo en particular que el cliente buscara, pasaron 3 personas antes que yo, mi papá me acompañaba y antes de permitirme hablar se presentó y le pregunto si él era “X” persona, el respondió que no, aunque yo anticipadamente sabia a donde llevaban este tipo de preguntas, y en efecto, el semblante del dueño cambio y como una sopa de letras, iniciaron un ir y venir de cuestionamientos que completaban las casillas del juego. Después de unos minutos llegaron a concluir que de alguna manera se conocían de otro tiempo, o por lo menos tenían amigos y familia lejana en común. Ya para lo que había escuchado en semanas anteriores, esto era común. Pero yo venía por algo en concreto, a la primer oportunidad pregunté por las postales, y a diferencia de todos los demás lugares él dijo sí, mencionó los nombres de puntos relevantes del municipio, algunos de los cuales no había escuchado y muchos más ya familiares para mí. Pensé que me mostraría un álbum o un grupo de postales en algún sobre, pero eso no paso, solo insistió que cuales y cuantas quería, mencioné algunos, y a la chica que estaba sentada al fondo del cuarto fue requerida para buscarlas, un poco confundido me asome sobre el mostrador y vi que en una computadora lenta y algo mugrosa buscaba las imágenes. Eran fotos y las iba a imprimir. Paso por mi mente detenerla e ir a probar mejor suerte a otro lugar, pero ya era más de la una de la tarde del sábado, y mis opciones eran nulas. El evento estaba por iniciar (por lo menos la segunda parte, una comida) y al día siguiente seguramente todo estaría cerrado.
Esperamos pacientemente, tal vez fueron diez minutos, me entrego la hoja y me cobro diez pesos. La impresión era, pues solo mencionaré que, era. Y qué decir de la calidad de las fotos, muy mala, con marcas de agua de que se habían bajadas de un sitio, unas borrosas, mal encuadradas, me sentí decepcionado, y nos fuimos.
El fin de semana pasó y repase la parte de las postales. La opción era desechar esas que había conseguido y buscar unas del Estado de México, sería lo más fácil y seguro estarían más padres.
Eso nunca paso, por tiempo, por distraído, como saberlo. 
De camino a León en el camión le daba vueltas al tema, finalmente a esta chica no la conozco y no creo que le importe si no le llevó nada, pero la verdad es que después de analizarlo había sido una pequeña odisea, conocí partes del lugar de dónde es mi papá que no había visto antes, y de paso me acompaño y se esforzó mucho porque consiguiéramos algo. Ya estaba decidido, se las daría, y buena, mala, rara o inesperada que pudiera ser su reacción, todo lo anterior justificaba y hacia que valiera la pena.

Solo faltaba entregarlas.