Hay veces que hago cosas impulsivas, espontaneas,
simplemente pasan. En concreto y para este relato, fueron dos cosas, la
primera: Mi papá estaba increíblemente emocionado organizando una reunión con
su generación de la primaria, lo cual quiere decir que hace más de 60 años que
pasó esa etapa de su vida, y que para la mayoría, son precisamente ese número
de años los cuales no se veían o sabían ni pizca de la vida de los otros. Así
que mi papá me pregunto si quería y podía apoyarlo en la logística, asuntos en
la computadora y lo más importante, estar un fin de semana en esos rumbos en la
convivencia que estaba organizando, (esos rumbos es, Huitzuco, un municipio en
el estado de Guerrero). Sin meditarlo le dije que sí, no contemple los muchos
pendientes que tenía en esos días, Clio y Lucas, trabajo por hacer, lavar ropa,
mi situación económica que sigue dando vueltas, entre otras cosas.
El segundo acto espontaneo fue, decirle a una
chava que fuera al DF, ya que era una escala en mi viaje, y como no le era
posible ir, le pregunté que si quería algo. En fin, creo inicio como un timbre,
o una postal, no recuerdo si yo le dije o ella me los pidió, el orden de los
factores no altera el producto, otro de mis objetivos para la aventura era
conseguir una postal.
El viaje fue revelador, pocas veces he platicado
de manera tan enriquecedora con mi padre. Sobre todo darme cuenta de muchas
cosas que tenemos en común y valorarlo aún más. Sus consejos y sus
experiencias, pero gran parte de esas vivencias quedan para mí, o tal vez para
otra ocasión que crea oportuno compartirlas, por lo cual me limitare a narrar
solo la historia detrás de la postal.
Ilusamente pensé que conseguir una postal era de
lo más sencillo, ir a la papelería más cercana, ver las repisas o algún
exhibidor, seleccionar la más padres la del mejor papel, la que tuviera un
mensaje interesante. Ingenuo, en mis cuatro primeras visitas a las papelerías,
la expresión de quienes me atendían era un ceño fruncido, y preguntar si no
quería una monografía u otra cosa, que no vendían. Fui la zona del mercado, a
calles poco concurridas, a un lugar más cerca del panteón municipal. Pregunté
en cibercafés, hasta que en una papelería, igual cerca del mercado principal,
la persona que atendía de manera acertada me comentó que probablemente, en la papelería
que está a media cuadra del Palacio Municipal podría tener suerte, que esa
familia ha tenido el negocio por años y que el recordaba que ahí tenían.
Visité el lugar, la fachada de una casa de dos
metros y medio de ancho, con un par de escalones para llegar al mostrador. Aún
antes de entrar y dar el primer paso, un par de vitrinas a cada lado te dan la
bienvenida, ambas llenas de artículos, lápices, memorias USB, cuadernos,
libretas, escuadras, diccionarios, parecían no tener orden, aunque observando
un poco más se podía entender que todo simplemente se colocaba según llegaba al
negocio y la lógica de este era simplemente peculiar. El dueño se presentó,
atendía de mala gana, y sin mirar a los ojos, era eficiente, preguntaba de
manera adecuada y daba más de una alternativa para cualquiera que fuera la
necesidad o el artículo en particular que el cliente buscara, pasaron 3
personas antes que yo, mi papá me acompañaba y antes de permitirme hablar se
presentó y le pregunto si él era “X” persona, el respondió que no, aunque yo
anticipadamente sabia a donde llevaban este tipo de preguntas, y en efecto, el
semblante del dueño cambio y como una sopa de letras, iniciaron un ir y venir
de cuestionamientos que completaban las casillas del juego. Después de unos
minutos llegaron a concluir que de alguna manera se conocían de otro tiempo, o
por lo menos tenían amigos y familia lejana en común. Ya para lo que había
escuchado en semanas anteriores, esto era común. Pero yo venía por algo en
concreto, a la primer oportunidad pregunté por las postales, y a diferencia de
todos los demás lugares él dijo sí, mencionó los nombres de puntos relevantes
del municipio, algunos de los cuales no había escuchado y muchos más ya familiares
para mí. Pensé que me mostraría un álbum o un grupo de postales en algún sobre,
pero eso no paso, solo insistió que cuales y cuantas quería, mencioné algunos,
y a la chica que estaba sentada al fondo del cuarto fue requerida para
buscarlas, un poco confundido me asome sobre el mostrador y vi que en una
computadora lenta y algo mugrosa buscaba las imágenes. Eran fotos y las iba a
imprimir. Paso por mi mente detenerla e ir a probar mejor suerte a otro lugar,
pero ya era más de la una de la tarde del sábado, y mis opciones eran nulas. El
evento estaba por iniciar (por lo menos la segunda parte, una comida) y al día
siguiente seguramente todo estaría cerrado.
Esperamos pacientemente, tal vez fueron diez
minutos, me entrego la hoja y me cobro diez pesos. La impresión era, pues solo
mencionaré que, era. Y qué decir de la calidad de las fotos, muy mala, con
marcas de agua de que se habían bajadas de un sitio, unas borrosas, mal
encuadradas, me sentí decepcionado, y nos fuimos.
El fin de semana pasó y repase la parte de las
postales. La opción era desechar esas que había conseguido y buscar unas del
Estado de México, sería lo más fácil y seguro estarían más padres.
Eso nunca paso, por tiempo, por distraído, como
saberlo.
De camino a León en el camión le daba vueltas al
tema, finalmente a esta chica no la conozco y no creo que le importe si no le
llevó nada, pero la verdad es que después de analizarlo había sido una pequeña
odisea, conocí partes del lugar de dónde es mi papá que no había visto antes, y
de paso me acompaño y se esforzó mucho porque consiguiéramos algo. Ya estaba
decidido, se las daría, y buena, mala, rara o inesperada que pudiera ser su
reacción, todo lo anterior justificaba y hacia que valiera la pena.
Solo faltaba entregarlas.